Tiempo, horas, minutos, toda una familia de números que últimamente han hecho decrecer. Antes lo usaba para dormir pero en vez de sueños se crearon pesadillas. Entonces abrí los ojos. Después lo empleé para jugar, pero como las personas crecen, los juegos ya no eran divertidos y las obligaciones apremiaban. Entonces diseñe un mundo "adulto", pero no me gustó. Quizá el sexo opuesto era un buen intento, pero la monotonía y las tentaciones eran el pan de cada día, asi que no era el momento de adquirir compromisos. Me pareció que las amistades eran más bellas que Cupido rodeándome con sus blancas alas.
La cuestión es que no decidía sola, el personaje central de mi vida no permitió ni una sola sílaba que describiera mi sensación, mi anhelo, mi querer. Solo dibujó en una neurona una manecilla, me dijo que eran las horas; después clavó una más fuerte en el cerebro, dijo que eran los segundos; por último puso un dispositivo al que nombro días. Era una artefacto explosivo cuyo cronometro alteraban los dos primeros y que dependiendo del uso que le diera , los números retrocedían o avanzaban.
Pero no cayó en cuenta que mi reloj se unía a otros, que todo era una fila de dominó, que si caían unas piezas, todo el resto también lo haría. Por eso aunque no quisiera, tuve que cerrar mis ojos, porque tuve miles de ilusiones, tuve que volver a jugar porque era cuestión mía mantener ese niño que nunca se pierde además de la inmadurez que me hace reír, tuve que abrazar a Cupido y después al hombre cuyo nombre estaba tatuada en la flecha que enterró en mi corazón.
Y mi "amigo" tiempo aún funciona, a veces se esconde y a veces se burla, a veces me mira con compasión y a veces me rasga la emoción, a veces me visita y se pone a mi favor pero a veces me abandona y me ahoga la ilusión. Pero ahora es mi momento de tirar la puerta en su cara y olvidar una a una sus venganzas.
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