Como un cadáver cuando revive en medio del frío de la noche, que sabe que tiene sus órganos intactos pero no le sirven para nada, que sabe que aunque su piel este frígida, entiende que extraña el sentido del tacto de otro humano, que cada huella dibujada en cada centímetro de piel y que alguna vez la erizó, la inquieto, la excitó ahora solo es un leve recuerdo de las pocas neuronas que devoran los gusanos. Extrañaba el calor de los labios que miles de noches (como aquella en la que sus ojos no depuraban lagrimas) rozó cada grieta de los suyos, cada linea que creaba la carnosidad de una boca perfecta, incluso recordó y se afligió al revivir el momento en el que uno de los sentidos más puros, el de la vista, la había engañado. Ese par de negros luceros que una vez iluminaron los suyos, ahora se habían convertido en los ojos del mal, en los ojos de un bárbaro que disfrutaba cada desacierto y que ahora, aún estando viva la dejaba con la sensación de estar mas que muerta.
Fue inexplicable como en una milésima de segundo, el mecanismo de una máquina fotográfica pudó generar un resultado tan aberrante para una mente. La fotografía es una disciplina que me deslumbra, asi como me maravillan quienes la adoptan como su estilo de vida, su vocación y es fascinante la forma en que me envuelve y dentro del encapsulamiento que crea, logra que mi cuerpo, mi rostro y otras complexiones humanas destellen increíblemente en un papel fotográfico frecuentemente de 11X8.5. Pero el cometido que tuvo hoy durante el quinto periodo del año, famoso por ser el del supuesto fin del mundo, no fue de gran simpatía. Y no porque el retratista hubiese enfocado mal o porque las sonrisas se hubieran desvanecido, todo lo opuesto: ventura, alegría, bonanza o felicidad, sinónimos que se adecuaban perfectamente para ocupar el titulo de cada imagen. Fueron esas mismas emociones pretéritas, las que me llevaron a recordar cada sílaba que lesiono mi emoció...
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