Como un cadáver cuando revive en medio del frío de la noche, que sabe que tiene sus órganos intactos pero no le sirven para nada, que sabe que aunque su piel este frígida, entiende que extraña el sentido del tacto de otro humano, que cada huella dibujada en cada centímetro de piel y que alguna vez la erizó, la inquieto, la excitó ahora solo es un leve recuerdo de las pocas neuronas que devoran los gusanos. Extrañaba el calor de los labios que miles de noches (como aquella en la que sus ojos no depuraban lagrimas) rozó cada grieta de los suyos, cada linea que creaba la carnosidad de una boca perfecta, incluso recordó y se afligió al revivir el momento en el que uno de los sentidos más puros, el de la vista, la había engañado. Ese par de negros luceros que una vez iluminaron los suyos, ahora se habían convertido en los ojos del mal, en los ojos de un bárbaro que disfrutaba cada desacierto y que ahora, aún estando viva la dejaba con la sensación de estar mas que muerta.
Mañanas lluviosas, tardes soleadas y noches estrelladas; suelas desgastadas y miles de panes franceses, aveces calientes, aveces tirantes; letras, libros, dibujos; conciertos, teatro y fotos; pulgosos paseando de arriba a abajo, parques con esquinas aromatizadas con un penetrante olor a orina, aunque también, con incontables metros llenos de "bichitos" y arboles dispuestos a acoger su dorso; gente caminando, o tal vez, corriendo, la mayoría siempre conversando y por obligación: sonriendo.... ah! y aquellos corredores llenos de historia, de palomas y porque no, de sus huellas... Sueña día a día con volver a esto, a que su inherencia de silenciosa observadora, se estanque felizmente en algún rincón capitalino, mientras el mundo gira en medio de tanta perturbación y ajetreo...
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